miércoles, 13 de septiembre de 2017

¿Porqué seguimos aplazando un debate serio sobre las drogas?

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Por Decio Machado

Pese a que el debate sobre las drogas está cambiando en el mundo y son múltiples los países que ya viraron sus estrategias, en Ecuador abordar el asunto de su legalización sigue siendo un tabú.

Encarar una temática donde las políticas han fracasado debería ser una prioridad de Estado. Sin embargo, el silencio gubernamental o el discurso banal limitado a la famosa tabla de consumo demuestra nuestra aciaga realidad política.

Defender tesis heterodoxas siempre es difícil, pero como dijo el cineasta brasileño Glauber Rocha, “la finalidad del artista es enfurecer”, lo que se  convierte en oportuno ante la cobardía generalizada del establishment político nacional.

Ecuador es un país donde crece aceleradamente la demanda de medicamentos antidepresivos, según datos revelados por International Marketing Services. Por lo tanto, nada que envidiar a Estados Unidos o al resto del mundo, donde el Prozac y en general los inhibidores de la serotonina encabezan las listas de fármacos más deseados.

Primera conclusión: dejémonos de cinismos, vivimos en una sociedad que se droga de manera permanente mediante productos distribuidos en farmacias.

Lo anterior implica una relación muy interesante entre la farmacología y las drogas, donde la escisión entre lo legal e ilegal es difusa. Por algo los antiguos griegos designaba a las drogas con el término “pharmakos”.

Segunda conclusión: la diferenciación entre droga y fármacos es meramente política tras haber sido prohibido el uso de la primeras por diferentes motivos.

Las religiones paganas, especialmente las de carácter mistérico, se articulaban en comunión mediante un psicofármaco poderoso. Con la llegada de los monoteísmos, religiones sumamente más aburridas que las anteriores, aquella experiencia enteogénica quedó limitada a un mero acto de fe.

El monoteísmo convirtió a Dios en algo incorpóreo e inalcanzable, desvinculándolo de la naturaleza. Como consecuencia, la farmacopea grecolatina y los herbolarios populares fueron condenados tal y como hicieron con el resto de religiones profesadas por otros pueblos.

Tercera conclusión: el actual concepto de droga deriva del modelo de pensamiento dominante, pues antes el uso de estas sustancias estuvo vinculado a la estimulación del alma, psique, mente, inteligencia y espíritu.

Fruto del enorme beneficio y expansión de los medios de producción asociado al desarrollo de la industria de los tintes en Alemania durante el siglo XIX, comienzan a comercializarse medicamentos derivados de la síntesis química o semisíntesis. Estamos ante el origen de lo que a la postre serán las primeras corporaciones globales farmacéuticas (Bayer y Merck). Años después una nueva potencia, estandarte del capitalismo a nivel global, comenzará a operar geopolíticamente combinando demostraciones de su músculo militar con tratados internacionales que en este ámbito se caracterizan por el signo de la prohibición.

Un ejemplo evidente es la valeriana, una planta medicinal tranquilizante cuyos usos se remontan al neolítico, pero que en la actualidad está siendo sometida a control en cada vez mayor número de países a partir de que las corporaciones farmacéuticas detectaron que su mercado de somníferos decaía.

No es casualidad que recientemente diversos médicos europeos declarasen que si les obligaran a reducir toda su farmacopea a dos medicinas, elegirían la marihuana y el opio, por ser estas las que mayor abanico de aplicaciones les otorgan, sobre las que gozan de mayor seguridad sobre sus efectos y la que permite un mejor manejo del margen de cantidad de dosis frente a una posible intoxicación.

Tercera conclusión: el desarrollo de la química de síntesis, el descubrimiento de los alcaloides y los cuerpos anhídricos permitió el almacenamiento, distribución y comercialización de determinadas sustancias con ventajas muy superiores a los principios activos de tipo botánico.

Y cuarta conclusión: los intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas sumado a dos mil años de adoctrinamiento monoteísta, convirtió el estudio de la farmacología clínica en teología dogmática al servicio del gran capital.

Llegados a este punto podríamos considerar que el retroceso respecto a nuestra visión sobre las sustancias psicoactivas prohibidas, estupidez de término por cierto dado que todo nuestro entorno y vida cotidiana es afortunadamente psicoactiva, deriva de las políticas de prohibición y seguridad asociada.

En la actualidad y desde el punto de vista jurídico, ni la sustancia ilícita –que no es más que una cosa- ni su consumo está penalizado. Lo que se tipifica como delito es que lo hacían, por supuesto de una forma muy diferente y con aplicación místico-terapéutica, las castas chamánicas o sacerdotales de la antigüedad: suministrarle droga a otros. Así las cosas, si una persona es detenida por vender un gramo de cocaína a otra, esta será acusada por atentar contra la salud pública, lo que terminológicamente significa atentar contra la salud de todos. Si, amigo lector, entendió bien, consideramos que con un gramo de cocaína alguien tiene la capacidad de atentar contra la salud de todos, mientras que si una empresa contamina el aire, la tierra o el agua, que son elementos de los que sí realmente participamos todos, la acusación que se le imputará será meramente de delito ambiental o ecológico. Lo anterior nos permite decir que estamos al menos y por ser amables, ante una perversión de conceptos.

La prohibición pretende justificarse en base a la defensa de la salud pública, lo cual no deja de ser otra barbaridad. Reflexionemos: si el riesgo derivado de las drogas deviene de la frecuencia en su consumo y tamaño de la dosis, obligar a que estas sean comercializadas en el mercado negro implica carencia de control y falta de transparencia respecto a su composición.

Quinta conclusión: pese a que desde la segunda mitad del siglo XIX la legislación prohibicionista no ha dejado de multiplicarse, sus resultados son desastrosos no sólo por el crecimiento del número de drogodependientes y víctimas mortales, sino también por implicar un notable incremento del gasto público en materia de atención a enfermedades derivadas, la conformación de policías especializadas para perseguir el delito y cuerpos de investigación frente al lavado de activos, las miles de personas encarceladas por narcotráfico, el consumo no apropiado de drogas adulteradas y una cada vez mayor inseguridad en las calles. 

Si las drogas no son ni buenas ni malas, como dijeron Hipócrates y Galeno, sino espíritus neutros cuya valoración depende del tipo de personas que las tomen, la ocasión, frecuencia y volumen de la dosis, el debate debería centrarse sobre si el uso de estas es sensato o insensato.

Sexta conclusión: en nuestras sociedades actuales, a diferencia de antaño, el consumo de sustancias psicoactivas es compulsivo y busca el impacto momentáneo de la estimulación. Lo anterior es consecuencia de que vivimos en una sociedad compulsiva donde la diversión se limita a los fines de semana y es compulsiva, al igual que lo son el trabajo e incluso el sexo.

Quizás es por ello que en la actualidad la sustancia psicoactiva pasó a ser el elemento principal de un proceso donde el protagonista antaño era el individuo en su búsqueda de momentos de felicidad, plenitud o éxtasis. Podríamos decir que nuestra sociedad ha olvidado que las experiencias en sí mismas no son nada, lo importantes es lo que cada uno hacemos con esas experiencias.

Séptima conclusión: perdimos el sentido de lo universal.

Llegados aquí, va la pregunta de fondo. Dado el fracaso de las políticas prohibicionistas ¿es posible pensar una sociedad moderna sin mercado negro?

Derogar la prohibición conllevaría en paralelo una enérgica actividad de los poderes públicos en materia de formación ciudadana. Sin duda, convivir en una sociedad donde las drogas sean vistas con naturalidad implica una formación que debería tener sus orígenes en los mismos centros educativos.

El caso de Holanda es el más paradigmático respecto a lo que implica una sociedad donde se han legalizado determinadas sustancias anteriormente ilícitas. Tras la legalización del cannabis y su dispendio en centros especializados, los llamados cofe shops, el consumo se redujo, existe control sobre la calidad de las sustancias distribuidas y desapareció el tráfico ilegal.

Octava y última conclusión: si no estuvieran prohibidas determinadas sustancias psicoactivas, las nuevas y más dañinas drogas hoy en expansión (Krokodil, H, Crack, Metanfetamina de cristal…) posiblemente no existirían.


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