domingo, 20 de agosto de 2017

Prólogo del libro "La Oreja en la Batalla"

Este texto es el prólogo del libro "La Oreja en la Batalla" escrito por el profesor Libardo Orejuela

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Por Decio Machado

Desmembramiento, coacción, ocupación, anexión, exterminio, agresión, guerra, cárcel, tortura, secuestro, desapariciones, amenazas, destrucción racial-lingüística-cultural, expulsión, deportaciones, colonización, inmersión, asimilación, negación, humillación, división, pillaje, extorsión, expoliación, violación, segregación, despotismo, subdesarrollo, persecución, autoritarismo, criminalidad, indefensión, hambruna, asesinato, infanticidio, crueldad, terrorismo y sometimiento es el resultado de las políticas imperialistas sufridas por los pueblos del Sur a lo largo de la historia de la Humanidad.

En las páginas se siguen a este prólogo, Libardo Orejuela hace un recorrido sobre diferentes aspectos de estos impactos en América Latina, pero lo hace desde la perspectiva que Rudyard Kipling, aquel poeta ingles altamente reaccionario pero con alto bagaje intelectual, esbozaría cuando dijo a principios del siglo pasado “que saben de Inglaterra los que solo conocen Inglaterra”. Es así que Orejuela entiende que en un mundo globalizado donde ya aprendimos a que hay que pensar global pero actuar local, los análisis nacionales y regionales no pueden carecer de una perspectiva internacionalista.

Es desde esa perspectiva desde donde el autor esboza un amplio recorrido por las luchas de emancipación planetarias, siendo consciente a su vez que el capitalismo, ese sistema de organización económica caracterizado por la propiedad privada de los medios de producción y la extracción de plusvalía sobre el trabajo asalariado, tiene consecuencias deleznables para las inmensas mayorías situadas en la base de la pirámide jerárquica social. ¿Cómo iba a ser de otra manera un sistema diseñado para el lucro individual de las élites y no para el bienestar colectivo?

Pero el autor entiende bien también que las luchas de resistencias de nuestros  pueblos se remontan a mucho más allá de la configuración de nuestras actuales ideologías, algo relativamente reciente en la historia del planeta, motivo por el cual a lo largo de este libro se hace referencia de igual manera a la lucha de resistencia de nuestros pueblos ancestrales contra la invasión española que a la heroica resistencia palestina contra esa ocupación sionista que goza de la complicidad silenciosa de la mayor parte de la comunidad internacional.

Al autor le avala una larga trayectoria de compromiso político y social que le permite hablar no solo desde la Academia, sino desde la coherencia que implica a quienes como diría Gabriel Celaya, poeta español de la generación literaria de posguerra, “maldicen la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.

Y es desde ahí desde donde Orejuela siente en sí mismo a cuantos pueblos sufren a lo largo y ancho del planeta, lo que se plasma en una obra que aborda un “sentir” que muchos “sentimos” como nuestro, ese que nos inspira en la cotidiana militancia por un mundo mejor.

El autor es consciente de que las luchas de resistencia contra la opresión tienen larga dada, mientras el término izquierda nació “recientemente” a partir del triunfo de la Revolución Francesa, aquella surgida a partir de 1789 y que junto con la de 1917 encarnan las dos revoluciones por autonomasia en la historia de la Humanidad.

Ciertamente el concepto izquierda nace como resultado de una votación el 11 de septiembre de 1789, cuando la Asamblea Constituyente francesa discutía un artículo de la Constitución que establecía el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas. Quienes defendían la posición inmovilista, esa que no permitía avanzar, se sentaban a la derecha del presidente de la Asamblea, mientras quienes estaban en contra y defendían que el rey solo tuviera derecho a un veto suspensivo y limitado en el tiempo, buscando con ello el cambio político y social, se ubicaron a la izquierda del presidente. Pero esa identificación general con los principios de la izquierda impregna página tras página el presente libro, porque Libardo Orejuela entiende -como debe entender la izquierda- que la defensa de los derechos humanos y la consecución de la igualdad social por medio de los derechos colectivos y sociales es un factor prioritario en un mundo donde las diferencias sociales se agudizan bajo el impacto de la globalización económico capitalista.

Con un lenguaje literario que demuestra una vasta cultura general, nuestro autor produce en el lector reacciones de solidaridad con los históricamente olvidados e indignación respecto a quienes históricamente son responsables de dicha exclusión. Orejuela viene y va, a lo largo de este texto, atravesando tanto distintos momentos de nuestra historia universal como también sus geografías. Pero lo anterior se hace desde el testimonio comprometido de quien no se excluye de la acción política, de quien no se esconde en la Academia ni se posiciona por encima del bien y del mal para elaborar sus análisis. Por algo Libardo Orejuela a liderado cinco Cumbres Nacionales por la Paz en Colombia, lo que le permite abordar la realidad política colombiana desde un anclaje global que lleva a entender aquello que en algún momento fue satanizado por el estalinismo: el proceso de emancipación de la Humanidad tiene que ser necesariamente global o no será.

Para ello y como compañero de luchas por la liberación de Nuestra América, Orejuela aborda en una amplia parte del libro las políticas de injerencia estadounidense en nuestro subcontinente, sus impactos y nuestras resistencias. Hablar sobre esto es narrar sin duda una historia escalofriante de terror, donde las invasiones, golpes de Estado, la represión sobre los pueblos y la guerra configuran una realidad que nunca deberíamos olvidar.

Pero el ansia de poder no se limita a nuestras fronteras regionales, lo que implica que Orejuela también se adentre en lo que han significado las políticas imperialistas realizadas en otros continente, rescatando figuras de la talla e importancia de Franz Fanon o Von Giap, por poner tan solo dos ejemplos, a la hora de reivindicar sus elaboraciones teóricas y resistencias activas.

La demencia imperial no fue solventada tras los procesos independentistas en el Sur global, como demuestra las políticas estadounidenses justificada en aras a los sucesos del 11 de septiembre de 2001, con las ofensivas bélicas en Afganistán, Irak, Sudán, Somalia o los secuestros de distinta índole en cárceles secretas esparcidas a lo largo y ancho del planeta.

Pero como el mismo autor indica, “hoy la muerte no militar, la que se presenta fuera del belicismo histórico, apabulla los delirantes resultados de la guerra”, motivo por el cual en las siguientes páginas se aborta la problemática de la desigualdad y la pobreza. Todo ello en un mundo en retroceso donde las diferencias entre ricos y pobres crecen hasta el punto de que en la actualidad 62 individuos ostenten tanta riqueza como los 3.600 millones de habitantes más pobres de nuestro sistema mundo (la mitad de los habitantes del planeta).

Para entender como hemos llegado hasta aquí hay que entender por ende la loca evolución del sistema capitalista. Ese que pasó del crecimiento entre 1945 y 1975 a la crisis del petróleo y la inmediata globalización bajo los paradigmas neoliberales, para entrar a partir de 1985 en una sistema de financierización que terminó llevando a que los Estados de varios estados industrializados tuvieran que rescatar a los bancos a partir de 2012 a costa del erario público.

De esta manera y pasados ya nueve años de la quiebra de Lehman Brothers, momento en el que se oficializó la más grande crisis financiera de la historia desde el crack de 1929, la economía mundial no ha conseguido aun recuperarse de los graves síntomas de desestabilización global que la amenazan.

El método aplicado por los gurús del capitalismo para salir de la última crisis global, deuda y más deuda sostenida principalmente por los bancos centrales y las grandes corporaciones, son también el principal factor sobre el que se sostendrá la próxima crisis global.

Así, mientras asistimos al actual show del capital inmersos en la sociedad de la imagen y el espectáculo, vemos como en la actualidad entre los 48 países más pobres del mundo, más de tres cuartas partes se encuentran en el continente africano, estando nueve de ellos catalogados como emergencias humanitarias. Vemos a su vez, como mientras el Foro de Davos, el G-7 o el Club Bilderberg se escudan -cada vez que se reúnen- tras las más sofisticadas medidas de seguridad ante el clamor de la sociedad civil organizada, el 34% de quienes viven por debajo del límite de la pobreza son niños menores de 12 años. Todo ello ante la pasividad/complicidad de las mal llamadas instituciones de gobernanza global.

La crisis del sistema es un hecho reconocido incluso por actores protagónicos en el funcionamiento financiero mundial. Este es el caso de Larry Summers, quien ejerciera como secretario del Tesoro en la época de Bill Clinton y también como asesor del presidente Barack Obama, quien ha llegado incluso a desarrollar la llamada tesis del “estancamiento secular”, según la cual el tipo de interés de equilibrio en la economía capitalista habría bajado tanto que las políticas monetarias ultraexpansivas dejaron de ser suficientes para estimular la demanda. Lo anterior implica la conclusión de que el crecimiento sólo se consigue ya por medio de burbujas que tras estallar vuelven a generar una economía maltrecha.

Rescatando a Immanuel Wallerstein, si entendemos que la definición del sistema capitalista moderno viene dada por su necesidad de una incesante acumulación de capital, la situación actual viene a caracterizarse por un conjunto de fallos generalizados en las relaciones económicas y políticas de reproducción capitalista.

Si bien es cierto que desde que Karl Marx escribiese los Grundisse ya sabemos que la tendencia hacia crisis cíclicas es una ley inherente al capitalismo, también aparece como un hecho indiscutible que la salida de la crisis del 2008 tiene notables diferencias respecto a las ejercidas por el capital en sus crisis anteriores. Con un endeudamiento global que crece como la espuma –actualmente equivale a tres veces el tamaño real de la economía mundial-, el sistema económico global demuestra ya no ser tan sólido como lo era antaño, condición que hace que su recuperación sea muy lenta, muy desigual y altamente conflictiva.

Hablemos claro, pese a que el capitalismo actual es un sistema muy frágil que vive a través de reinvenciones, el sistema se caracteriza a su vez por ser muy expansivo y universalista, pese a estar atravesado por acciones y aptitudes permanentemente enmarcadas en la delincuencia. Es por ello que en muchas ocasiones parece que se hunde y luego reaparece. Ante este contexsto, debemos reconocer que desde la izquierda se suele tener una visión algo caricaturesca del capitalismo, de su complejidad y de su capacidad de resistencia.

Orejuela hace una crítica a esa izquierda, a la que tilda de cobarde en diferentes momentos de la historia, y de hecho no se equivoca. El marxismo clásico está inmiscuido por una especie de embarazo del socialismo. Se decía que el propio desarrollo del capitalismo conllevaba el desarrollo de las fuerzas productivas, y el desarrollo de dichas fuerzas conllevaban en si mismo al socialismo. Quizás esta tesis haya sido una de las mayores debilidades de la izquierda ortodoxa, pues se ha más que demostrado que no ha sido así. Es más, que el capitalismo termine en algún momento no implica necesariamente que lo que venga después sea necesariamente mejor.

El autor hace referencia a la necesidad volver a “empezar a empezar”, entendiendo que gran parte de la izquierda global ha perdido capacidad de imaginación política, pues ya no imaginamos la posibilidad real de un modelo alternativo a la sociedad capitalista. Eso es una realidad que se plasma de forma meridianamente clara en la actualidad suramericana, máxime ahora que llegamos al fin de ciclo progresista y vemos como en todos los países que gozaron de gobiernos llamados de “izquierda” no se ha sido capaz de transformar el modelo de acumulación heredado del neoliberalismo.

El autor establece también a lo largo del texto una critica al consumismo, indicando textualmente que “los poderosos sepultureros de la vida saben que el maritaje entre el consumismo  y la manipulación mediática ha prestado más ayuda al cuartel liberal que los fusiles”. Gran verdad que nos lleva a recordar a Pier Paolo Pasolini, cuando indicaba medio siglo atrás que “el consumismo ha destruido cínicamente al mundo real, transformándolo en una total irrealidad donde no existe ya elección posible entre el bien y el mal”. No cabe duda, como bien señala Orejuela, que padecemos las consecuencias de un consumismo que nos devora y que nos lleva a desear mejorar nuestro estatus para disponer de mayor capacidad de compra. En definitiva, estamos inmersos en una transformación que lejos de liberarnos, nos encierra y somete aun más.

En el recorrido que hace Libardo Orejuela sobre el estado de situación política global no podían escapar los partidos políticos, esa maquinaria que en la actualidad goza de un perfil marcadamente electoralista y que no fueron diseñados precisamente para aprender, lo cual los convierte en altamente resistentes para entender el estado de deslegitimidad actual que vive el sistema de representación/delegación política actual. En el mundo de hoy estamos obligados a construir redes de personas frente a las redes ya tejidas por el capital y las instituciones, pero debemos entender que las redes se caracterizan por un modelo de funcionamiento muy diferenciado de aquellos que conocimos como centralismo democrático.

De aquí surge una nueva reivindicación de la democracia, también propugnada por el autor en esta obra, pues el miedo a una democracia radical que esbozan  los actores neoliberales no es más que el intento de eliminar los procesos políticos socio-deliberativos protagonizados desde las multitudes –entendiendo estas desde una visión spinozista-, para situar el poder en los mercados o en los expertos, esos que dicen saber como gobernarnos.

Una de las conclusiones más radicales que nos deja entrever esta obra es que la globalización se enfrenta a limitaciones materiales fruto de la crisis de un modelo de acumulación que ya hace aguas. Pero también afronta un profundo proceso de deslegitimación social importante, pues la justificación de las privatizaciones y la mercantilización que durante muchos años llegó a ser hegemónica junto a esa idea de la globalización de rostro humano según la cual a través de las relaciones comerciales se iban a apaciguar las tensiones políticas e íbamos a tener prosperidad y multiculturalismo hoy, visto el devenir de los acontecimientos, no nos puede producir más que una profunda indignación.

De igual manera se ha generalizado un rechazo de las versiones más autoritarias y burocráticas del Estado, ahí están las “Primaveras Árabes”; los Occupy Wall Street, Londres o Hong Kong; los indignados del 15-M en España o los levantamientos juveniles del 2013 en Brasil para recordárnoslo. Lo anterior motiva que lo público no tenga porqué identificarse necesariamente con lo estatal. Debemos entonces rescatar el concepto de lo comunitario y de las estructuras sociales reticulares en cada una de nuestras sociedades, pues su olvido no es más que el fruto de la victoria ideológica del neoliberalismo durante estos últimos años.

Orejuela nos invita a cambiar lo que se considera aceptable y no aceptable en la política, invitándonos a ser un poco menos miopes y comenzar a ver las cosas con algo más de perspectiva a través de un largo recorrido por la historia de las luchas emancipadoras de la Humanidad. Es desde ahí desde donde el concepto de los comunes propone una alternativa a los procesos de mercantilización desarrollados por el capitalismo a lo largo de su historia.

En diferentes momentos del libro, el autor insiste en plasmar realidades que en el momento actual, no por ser repetitivas tenemos que dejar de decirlas. Por ejemplo, el proceso de financierización del capital nos acostumbró a asumir que las grandes corporaciones multinacionales terminen teniendo una tasa inferior de presión fiscal que el ciudadano medio, cosa que es una verdadera barbaridad se mire como se mire. Sin llegar a posiciones que pudieran ser calificadas de radicales, cabe recordar que tras la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos se estableció una tasa del 94% sobre los ingresos por encima de los 200.000 dólares. Ese impuesto se mantuvo durante los años cincuenta de la mano de un presidente republicano como lo fue Harry S. Truman, pero sin embargo plantear hoy que quienes ganen un millón de dólares tributen el 90% significa ser acusado de terrorismo fiscal o bolchevique radical comunista. Lo anterior demuestra que lo que era común en los años cincuenta tanto para izquierda como incluso para la derecha hoy parece un absurdo, pero lo absurdo es ver como nuestro sentido común político ha sido transformado radicalmente por esto que hemos venido a llamar globalización y neoliberalismo.

Cuando el capitalismo hoy nos habla de la libertad del mercado busca conscientemente ignorar el hecho de que esa posición era tremendamente marginal a finales de los años cuarenta y posicionada tan solo por extremistas ideológicos. Es más, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, apenas sesenta años atrás, la posición dominante incluso en el capitalismo era que había que dominar al mercado dado que ese mismo mercado había sido el causante entonces de dos guerras mundiales y la mayor crisis financiera jamás conocida. Precisamente durante la Segunda Guerra Mundial las economías más intervenidas habían demostrado ser las más eficaces. Esa lógica, hoy considerada como anacrónica, dominó Occidente durante los llamados “treinta gloriosos años” hasta la crisis del petróleo en 1973.

Ahora, los nuevos gurús del capitalismo postmoderno, la economía del conocimiento, sus mercados derivados y sus facturas globalizadas nos quieren hacer creer que todo es muy innovador por estar transversalizado por una nueva fase de revolución tecnológica. Sin embargo, basta una mirada con algo de profundidad para encontrar en sus lógicas de precarización laboral, autoexplotación operaria, endeudamiento familiar generalizado y exclusión social de una parte de la sociedad que queda fuera del mercado de trabajo, innumerables parecidos al capitalismo manchesteriano del siglo XIX.

Orejuela nos dice que en todo esto también hay una corresponsabilidad de la izquierda, a la cual acusa que no querer tomar el poder y gobernar bajo lógicas transformadoras que alteren de forma real el mundo en el que vivimos. Más allá de que no le falte razón, lo cierto es que cuando las izquierdas han gobernado se han visto succionadas por esas lógicas de extremismo centrista que derivan de las democracias liberales. Lo anterior nos lleva a una reflexión: el reformismo progresista solo se puede romper con la construcción de contrapoderes sociales que generen un nivel de tensión tal que hagan girar la toma de decisiones a espacios donde les da miedo llegar a quienes toman las decisiones.

Lo anterior implica que la izquierda actual tiene un discurso y una praxis con grandes carencias en materia de innovación ideológica, motivo por lo cual ya no se adecúa a los nuevos tiempos. Rescatar el término izquierda para que este nos sea realmente útil requiere renovar sustancial dicho término.

Entre estas actualizaciones reza otro elementos abordado en el libro, hago referencia a la crisis ambiental planetaria. Estamos entonces ante una problema de subsistencia planetaria, lo que implica cambios a la hora de plantear al actuales políticas neodesarrollistas que emanan de la izquierda. Ya va siendo hora de entender que la Ley de Valor de Marx quedó incompleta, pues en ella nunca se incorporó como un coste en la producción capitalista la destrucción del planeta.

Orejuela tampoco deja por tratar en esta obra el actual rol de los intelectuales, dejando claro a su vez que “los intelectuales no pueden sustituir a las organizaciones, ni los libros a la vida”. Sin cuestionar lo anterior, vale la pena indicar algo actualmente olvidado por una intelectualidad mayoritaria al servicio del poder: el de intelectual no es un oficio o profesión sino una tarea colectiva al servicio de sujetos colectivos en lucha. Por los posicionamientos esbozados en esta obra es evidente que así también lo entiende el autor del presente libro.

Por último y teniendo claro quien es Libardo Orejuela, esta obra hace una repaso a las luchas desarrolladas en el espacio nacional colombiano, su momento actual de desmilitarización y una advertencia: “llegar a buen puerto en este asunto exige esclarecer el papel práctico de la verdad, el compensar en mayúsculas a los millones de víctimas, para así desatar y de la mejor manera las tensiones entre justicia y paz”.

La obra de Orejuela tiene especial sentido en el momento actual de fin del ciclo progresista en América Latina, pues cuando los grandes procesos históricos llegan a su fin y sobrevienen –con ellos- derrotas políticas de envergadura, se instalan la confusión y el desánimo, se mezcla la realidad con los deseos y se difuminan los marcos analíticos más consistentes, para dar paso a interpretaciones a menudo caprichosas y unilaterales.

En resumen, el lector tiene entre su manos un obra de alto nivel, cuya lectura de cada una de sus páginas invita a leer la siguiente, y donde en compromiso del autor con la lucha por la vida hace de estas páginas sean una arma cargada de futuro.


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