jueves, 9 de julio de 2015

El deterioro correísta

Por Decio Machado / Sociólogo y periodista
Para la revista uruguaya Brecha

El correísmo no es más que la expresión política de la profunda transformación emprendida por el capitalismo ecuatoriano en los momentos posteriores a la crisis financiera que vivió el país en el año 1999. Es decir, cuando un sector del capital nacional, transversalizado por los capitales regionales, pasa a entender mejor sus posibilidades de negocio propiciando un mayor nivel de consumo interno a través de la incorporación de sectores populares al mercado. Todo ello en el marco de una importante disputa de poder con las viejas oligarquías que dominaban la exportación de la producción agrícola al exterior, el viejo modelo de agrobusiness no tecnificado.

Esta nueva realidad produce un nuevo modelo de capital financiero que integra entre sus clientes objetivos y potenciales a dichos sectores populares, lo cual sumado al efecto de las remesas y al excedente petrolero, implica también la transformación de las redes de comercialización de productos importados con el fin de atender a esta emergente demanda.

Superar la inestabilidad política que ha caracterizado el reciente pasado ecuatoriano, significó repartir más en momentos de bonanza económica, buscando   con ello garantizar las condiciones de acumulación a largo plazo para los sectores del capital emergente. Al fin y al cabo, el fenómeno correísta no deja de ser algo parecido a lo que fue el keynesianismo respecto al fordismo durante gran parte del siglo pasado en EEUU y Europa.

Sin embargo, los ciclos políticos vienen determinados por los ciclos económicos, y esta realidad viene determinando el fin de un consenso político, social y económico implementado con el triunfo del Alianza PAIS en las elecciones del 2006 e institucionalizado a través de la Constitución de 2008 en Montecristi.

Si hay que buscarle un punto de inflexión a la tendencia mayoritaria de apoyo popular al gobierno del presidente Correa en Ecuador, esta se sitúa a inicios del 2015. Es ese el momento en el que la economía nacional pasa a evidenciar de manera palpable los impactos derivados del reajuste de precios en los mercados internacionales de los commodities y fin de la llamada “década dorada” latinoamericana. Sin embargo, está siendo la velocidad con la que se está produciendo dicho deterioro lo que más preocupa en estos momentos a los estrategas del régimen.

El actual reflujo económico que vive el Ecuador viene a desnudar un modelo de desarrollo que al igual que otros tantos aplicados en la región, muestra presto sus límites una vez acabado el período de bonanza. En estas condiciones, no tardará mucho en llegar el momento en que desde el oficialismo, bajo sus propias lógicas internas, se busque bajo análisis simplistas a los responsables de su deterioro: ¿será fruto de los errores de conducción de un régimen gestionado por un conjunto de burócratas tecnocráticos que podrían sin escrúpulos haber servido a cualquier otro gobierno de perfil modernizador con independencia de su definición ideológica?, ¿será culpa del agotamiento de un modelo de comunicación estratégica basado en la producción de publicidad política y realidad virtual?, ¿o será como plantean algunos de los intelectuales que quedan alineados al régimen, el fruto de la victoria de los apólogos del marketing político sobre los defensores del pensamiento orgánico? En el fondo da igual, dado que en la práctica la transformación vivida por el Estado durante la era correísta no es más que el fruto de las necesidades del nuevo mercado ecuatoriano.

Más allá del futurible ajuste de cuentas a lo interno en el partido de gobierno y la cúpula de poder, es un hecho que a pesar del proceso de tardo-modernización capitalista impulsado desde la planificación estatal por el correísmo, se ha reprimatizado la economía nacional, demostrándose escasa efectividad en materia de diversificación productiva, lo que agudizó la dependencia del mercado internacional del crudo. Basta significar que las exportaciones de bienes procesados no petroleros en 2006 significaron el 4,9% del PIB nacional mientras que para el 2014 dicho indicador había descendió al 3,9%. Con esto se evidencia lo banal del discurso de vanguardia gubernamental respecto al cambio de matriz productivo y la transformación del régimen de acumulación económica heredado de la época neoliberal.

Gran parte de los logros económicos y sociales desarrollados por el régimen se sostuvieron gracias a los elevados ingresos propiciados por la exportación petrolera durante estos últimos ocho años (57 mil millones de dólares descontados los costos de los combustibles importados). Ese es el motivo por el cual pasan ahora a estar en riesgo. Sin dejar de reconocer que durante este gobierno la pobreza medida por ingresos (2,63 dólares diarios, usando la línea de pobreza nacional) disminuyó del 37,6% en 2006 al 22,5% en 2014, ya comienzan a aparecer los primeros datos económicos que reflejan el fin de ciclo. Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), la pobreza nacional habría aumentado entre junio de 2013 y junio del 2014 en casi un punto porcentual y estamos a la espera de ver datos peores en el presente año, el empleo precario (quienes no llegan a completar la jornada legal de trabajo y/o quienes ganan menos del salario básico) subió entre los meses de marzo del 2014 y el presente en más de un punto y medio, y la evolución positiva del coeficiente de GINI (indicador de desigualdad) que ha sido vanagloria del régimen durante estos años lleva estancado desde el 2013.

Acabada la plata se apagó el fuego de la pasión

Si bien el régimen ha disfrutado de altas tasas de popularidad hasta hace relativamente poco tiempo, el deterioro económico conlleva a su vez el deterioro de la hegemonía ética y cultural, es decir, del consenso formado a partir de la Constitución de Montecristi en torno a ideologías y valores. Desde el año pasado se está incrementado aceleradamente la percepción de corrupción generalizada en el país y la pérdida de credibilidad presidencial, mientras se pone cada vez más de manifiesto un descontento generalizado respecto a la situación de la economía nacional y su afectación sobre los niveles de capacidad adquisitiva de la población.

El discurso del régimen, basado en una estrategia que tiene mucho que ver con aquello que Orwell definiese como un sistema casi perfecto de “doble pensamiento” y enfocado al descrédito de todo cuestionamiento crítico y control sobre las definiciones de la realidad, pasó,  en una coyuntura de incremento cada vez mayor de la conflictividad social, a redefinir términos y a invertir valores. Lo que en el pasado fue heroísmo revolucionario ahora es terrorismo; la movilización social se transformó en sedición; y disidencia política en anarquismo y traición. Sin embargo, la realidad es –según demuestran las encuestas- que no solo son las élites burguesas quienes manifiestan su disconformidad con las políticas del régimen, sino también gran parte del 43% de población vulnerable (ingresos entre 4 y 10 dólares diarios según CEPAL) existente en el Ecuador que ven deteriorarse sus condiciones en el actual momento.

El régimen correísta sufre de progeria, enfermedad referente al envejecimiento brusco y prematuro, motivo por el cual pasó de ser una alternativa a la vieja y deslegitimada partidocracia a convertirse en el paradigma de la modernizada partidocracia del siglo XXI. Para los jóvenes ecuatorianos, según indican diversos estudios demoscópicos, todo el espectro político nacional son “astillas del mismo palo”, no distinguiendo políticamente ya al mandatario del resto de sus contendores políticos.

De las incapacidades de la izquierda a la estrategia conservadora

Si bien la ruptura con el régimen de la mayoría de sectores indígenas y movimientos sociales podría ser considerada por algunos como prematura, el tiempo les ha ido dando la paulatinamente la razón. No fue la intencionalidad de construir un “capitalismo moderno” –utilizo terminología implementada por el propio mandatario en estos últimos días- lo que motivó las resistencias al neoliberalismo en los momentos anteriores a su llegada al poder.  Es más, el propio presidente Correa ha definido en innumerables ocasiones al “ecologismo y el izquierdismo infantil” como el principal enemigo del supuesto “proceso revolucionario”. Sin embargo, ha sido la incapacidad de esa misma izquierda a la hora de generar diagnósticos reales de lo que ha venido sucediendo durante los últimos años, lo que ha permitido el auspicio e inicial consolidación del fenómeno correísta en el poder. En definitiva, se ignoró aquella máxima foucaultiana de que “lo propio del saber no es ni ver ni demostrar, sino interpretar”.

Desde la llegada del reflujo económico, las movilizaciones populares que habían venido siendo encabezadas hasta hace muy poco por los sindicatos independientes y la CONAIE, están pasando a ser hegemonizadas por la derecha, la cual comienza a reposicionarse en el tablero político nacional.

Desde su incapacidad para reinventarse ideológica y organizativamente, la izquierda política y social del Ecuador aún no manifiesta condiciones para generar alternativas al modelo implementado por el neopopulismo correísta. La crítica discursiva se limitó a posicionar las contradicciones existentes entre el discurso y la praxis oficialista: revolución, socialismo, poder popular o gobierno de los trabajadores vs aumento de los beneficios empresariales, reforzamiento de los grupos nacionales de capital con la incorporación del capital emergente, agudización de la explotación laboral, control y criminalización de la protesta social. Fruto de esta incapacidad a la hora de generar nuevas coordenadas en el juego político que desaten escenarios donde las condiciones sean menos desfavorables, los sectores políticos más progresistas ni siquiera cuentan hoy con organizaciones políticas capaces de disputarse en términos hegemónicos el liderazgo post-correísta.

Sin embargo, en una coyuntura enmarcada en la quiebra del concepto gramsciano de hegemonía ideológica y dominio social correísta, son los sectores conservadores los que mejor han entendido de que la política electoral consiste en agudizar las contradicciones del oponente. Para ello han aprovechando el descontento ante las nuevas medidas implementadas desde el Gobierno que buscan el refinanciamiento del Estado, pasado a protagonizar la resistencia ante dos de las propuestas más redistributivas que el régimen ha planteado en los últimos años: el incremento de impuestos a la plusvalía de los bienes inmuebles y el incremento a los impuestos a las herencias.

Si bien el inicio del declive oficialista puede datarse en las elecciones seccionales de febrero del pasado año, cuando perdió un tercio de su electorado, su colofón ha tenido lugar frente las movilizaciones del pasado mes de junio por todo el país –se habla de medio millón de personas movilizadas en diferentes ciudades del Ecuador-, lo cual culminó con la retirada por parte del Gobierno de sus propuestas de reforma fiscal.

En la práctica, el oficialismo puso en evidencia que más allá de su permanente conflicto con las organizaciones populares, es desde que los sectores conservadores se movilizan cuando más claramente se ha visibilizado sus debilidades, viéndose obligado a recular. Incluso la reciente visita papal al Ecuador, la cual pretendía ser utilizada por el régimen como un acto de respaldo a Rafael Correa por parte del Sumo Pontífice ante un supuesto y estratégicamente inventado golpe de Estado, terminó teniendo un efecto negativo para la imagen presidencial.  Los principales medios de comunicación internacionales se encargaron de posicionar mediáticamente, y con especial ahínco, las pitadas recibidas por el mandatario durante su acompañamiento al líder religioso.

Está por verse el desenlace de esta trama: el liderazgo en las filas conservadoras está en disputa, y las condiciones a las que llegarán a los comicios presidenciales y legislativos del 2017 dependerá de sus capacidades de entendimiento interno; queda también por ver cual será la evolución del mercado global del crudo, el cual no atisba pronósticos de recuperación por encima de los 60 dólares el barril, lo cual lo sitúa muy lejos del precio promedio de los 102 dólares cotizados en abril del 2014, momentos previos al inicio de su desplome; así como la capacidad interna del correísmo para superar sus lógicas cartesianas del “conmigo o contra mi”, lo que quizás le permitiría al presidente Correa, en medio de tanto burócrata rindiéndole pleitesía y tras casi nueve años de una incesante y estratégica campaña basada en el culto a su personalidad, escuchar a algún niño que diga: "¡pero si el rey va desnudo!".

En todo caso, la realidad es tozuda y nos demuestra con su día a día lo irrelevante en estos momentos de preguntarle a Nietzsche sobre si es posible que en algún momento Apolo consiga domesticar a Dionisio.






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