domingo, 30 de noviembre de 2014

Reflexiones sobre Podemos desde la experiencia latinoamericana

Por Decio Machado

Cabe comenzar indicando que la consolidación de Podemos como opción de gobierno en el Estado español es motivo de esperanza, si bien su raudo camino de ascenso al poder esta develando de manera igualmente rápida los límites transformadores que dicha alternativa supone. En este sentido, son cada vez más notorios los paralelismos entre los llamados gobiernos “progresistas” latinoamericanos y el posible devenir de esta experiencia política española.

Tan esperanzador resultó el agitado inicio político del presente siglo en América Latina, donde una amplia gama de movimientos sociales alternativos cuestionaron el sistema político-económico entonces imperante, como ver una década después en el Estado español a miles de ciudadanos conformar asambleas y acampadas, cuestionando -mediante un proceso de repolitización y explosión de participación ciudadana- la corrupta y socialmente ineficaz política de la casta.

En ambos casos, los modelos asamblearios y la toma de decisiones de manera horizontal supusieron en la práctica una nueva forma de entender y hacer la política. Una  acción colectiva contra la ausencia de reflexión de las mayorías, algo que se muestra indispensable para cualquier proceso de cambio real en el mundo actual.

Lo que pudo ser y no fue en América Latina

Resulta incuestionable los avances en materia de indicadores sociales y proyección económica alcanzados durante la última década en América Latina. Países con gobiernos de perfil progresista han reducido sustancialmente sus indicadores de pobreza y desigualdad, modernizando sus infraestructuras y el aparato del Estado, articulando constituciones de carácter posneoliberal a través de las cuales se abrieron paraguas normativos por los cuales se reconfigura un modelo de Estado protector con notables semejanzas al viejo Estado de seguridad fordista. El mismo modelo por cierto, que se caracterizó en Europa por institucionalizar los conflictos de clase bajo el control del Estado, convirtiendo a las organizaciones de trabajadores en herramientas de cogestión empresarial y anulando así su rol como sujetos de cambio.

El modelo posneoliberal implementado ha permitido a estos Estados recuperar su rol como reguladores y organizadores de la sociedad, reeditando viejos programas de cobertura social, mayor acceso al sistema educativo y sanitario, así como el fomento del consumo en sus mercados internos a través del incremento de capacidad adquisitiva de sus ciudadanos. Cabe referenciar al respecto, que para alcanzar tales logros estos países se han visto coyunturalmente beneficiados –por su rol en la distribución internacional del trabajo- de los precios internacionales adquiridos por los commodities, lo que permitió mayores ingresos y crecimiento económico nacional.

En este sentido, el neodesarrollismo implementado como modelo económico posneoliberal ha emergido como una opción cada vez más atractiva para ciudadanos y elites, combinando un fuerte énfasis en la dimensión económica de la gestión estatal con una orientación estatalista, nacionalista y proclive a cierta redistribución, aunque su visión de largo plazo y sostenibilidad ambiental carezca de claridad. El desconocimiento del segundo principio de la termodinámica hace que ingenuamente los economistas neokeynesianos ignoren que -más allá de superar mediante políticas contracíclicas las periódicas crisis financieras, de consumo o de producción que se generan en el sistema capitalista, el crecimiento económico en el mundo actual no podrá continuar por tiempo indefinido.

Por su parte, la visión de la democracia radical y la retórica del poder popular en estos gobiernos, se articula sobre la tesis de la incapacidad autónoma de las masas, razón por la cual estas necesitan de un liderazgo fuerte que articule la construcción de identidades populares. Dicha tesis ideológica es el punto de partida del proceso de defunción de cualquier posibilidad de interpretar la política moderna de un modo diferente, convirtiéndose en el eje “enterrador” de los procesos de cuestionamiento a las estructuras jerárquicas que se establecen desde el Estado weberiano y del poder en sí mismo. Procesos de cuestionamiento por cierto, que se habían articulado a través de los procesos de lucha y resistencia popular que generaron las condiciones políticas para que los actuales gobiernos “progresistas” llegasen al poder.

Es desde este conjunto de perspectivas desde donde, al igual que la vieja socialdemocracia europea, el neopopulismo latinoamericano entiende la necesidad de conciliar el movimiento popular con el mantenimiento del capitalismo, generando una supuesta participación social en aras a la legitimación del sistema. Se trata entonces de equilibrar “dos políticas” en principio antagónicas en la búsqueda de un sujeto popular disociado de las contradicciones de clase, pretendiendo superar a su vez la cada vez mayor desconfianza de las multitudes al modelo de democracia representativa. Esta condición es la que les lleva al cuestionamiento de la emancipación como práctica efectiva de resistencia y creación cooperativa, reconduciendo su identidad política al posibilismo pragmático y la concertación nacional.

En resumen, el Estado volvió a adquirir su tendencia más conservadora, pues aun cambiando de banderas, se muestra incapaz de transformar el modelo porque es incapaz de imaginarse como Estado al margen de dicho modelo.

Reflexiones sobre y para Podemos

La articulación de Podemos en una forma cada vez más convencional de partido donde sus círculos van perdiendo cada vez más competencias tanto práctica como normativamente; la articulación de una estrategia donde la empatía entre líder y masa se establece como mecanismo articulador de la confianza política; la elaboración de programas basados en la sapiencia técnica y desvinculación de la ciudadanía como sujetos activos en su proyecto de construcción; así como la creencia de que a través de estrategias inmediatas de “asalto a los cielos” se hace posible la transformación política del modelo socioeconómico imperante; posiblemente signifiquen un distanciamiento a la postre entre los movimientos sociales más alternativos e innovadores y la organización política que pretende plasmar electoralmente las esperanzas de un cambio de ciclo político. 

Difícilmente se puede asociar el keynesianismo o la socialdemocracia a justicia social, dado que la aplicación de dichas políticas no transforma los modelos de acumulación capitalista basados en la obtención de plusvalía ni cuestiona el concepto de desarrollo basado en el crecimiento económico, habiendo sido dicho modelo apenas un punto de reencuentro entre las estrategias aplicadas por el capital –fordismo- y el Estado para superar puntualmente alguna de sus cíclicas crisis sistémicas.


Cabría rememorar en este sentido al viejo Albert Einstein, cuando dijo aquello de que “la locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes”.

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